104 años enamorado de Iberia

“Hola. Soy Engraciano González Barroso. Hace unos días celebré mi 104 cumpleaños. Parece mentira, pero ya he pasado más tiempo jubilado -de momento 41 años-), que trabajando -38 años nada más y nada menos trabajando en Iberia-.

Siempre recuerdo mi etapa en Iberia con mucho cariño, y me emociono contando mis vivencias. De hecho, todavía conservo en la cartera el carné de Iberia que me dieron cuando ingresé, el 20 de diciembre de 1940. Entré como oficial mecánico, y el trabajador número 330 de la compañía. 

A los pocos días de empezar me encomendaron una tarea que acabaría convirtiéndose en uno de los viajes más interesantes de mi vida: llevar un Dragon Rapide a Gran Canaria. Salí el 9 de enero de 1941, yo operando los motores y el capitán Luis Lerdo de Tejada al mando del avión, primero dirección Sevilla, y después parando en el protectorado español de Marruecos y Canarias para repostar y descansar. Siempre con cuidado de no entrar en la zona francesa, ya que en plena Segunda Guerra Mundial podían derribarnos.

En aquella época, la única forma que teníamos de navegar era guiándonos con un mapa, siguiendo carreteras y ríos para no perdernos. Toda una aventura en la que tardamos más de 10 días.

En Canarias me quedé tres años, en el aeropuerto de Gando, tiempo que me permitió casarme con mi novia de toda la vida y tener mi primer hijo.

De ahí regresé a Madrid, a Barajas, donde trabajé hasta la jubilación como jefe de sección de técnicos de mantenimiento de línea. Comencé con el bimotor Douglas DC-2 y el trimotor Junkers JU-52. Y ayudé en el acondicionamiento de un Junker con depósitos de combustible suplementarios para hacer viajes trasatlánticos.

Otros aviones que han pasado por mis manos han sido el Douglas DC-4, el L-1049 Super Constellation, el Bristol-170… Los últimos aviones con los que recuerdo haber trabajado fueron el Douglas DC-9 y el Boeing-727.

De mi etapa en el aeropuerto de Madrid tengo infinitas anécdotas. Una de mis favoritas fue cuando un avión de otra compañía llegó de madrugada con un fallo en el sistema de transmisión. No había reemplazo de la pieza que se había roto y me aventuré a recrear una copia usando el torno y la fresadora. Una vez reparado el avión, el piloto fue a agradecerme el trabajo, y yo le dije que mis operarios tenían aún más destreza con el torno y lo hubieran hecho mucho mejor y más rápido. 

Me acuerdo también de que los trabajadores hacían un gran esfuerzo para  cambiar los neumáticos de las ruedas del tren de aterrizaje, e ideé un mecanismo que haciendo palanca facilitaba muchísimo la tarea.

El 21 de noviembre de 1969 me concedieron una medalla por mi dedicación a Iberia, y una segunda el 28 de septiembre de 1973.

Disfruté mucho de mi trabajo, y recuerdo lo duro que fue para mí jubilarme.

Afortunadamente, descubrí con mi mujer dos nuevas pasiones: viajar y el baile.

En los últimos años he vuelto repetidas veces a Iberia. La primera, cuando al cumplir los 100 años me hicieron un tour por La Muñoza: conocí a la gente que trabaja en el puesto que ocupé hace años, y me quedé asombrado de cómo habían mejorado las instalaciones y había avanzado la tecnología desde que me jubilé.

A ver si tengo un poco de suerte y puedo celebrar el centenario de mi Iberia.”